Acostada de espaldas en la cama, siendo
torturada por aquel horroroso vestido verde y
morado, yacía el voluptuoso cuerpo de Rosa, su prima sentada sobre sus
nalgas trataba de subir a toda prisa,
aquel maldito zeeper que no subía por más que la modista había entallado
su creación.
-Rosa no respires, no respires, echa los
hombros hacia atrás
-Me voy a partir en dos carajo!
- No protestes que no es hora de esta
vaina, nos va a coger la hora, ya llamaron del lobby que ya vinieron a
buscarnos.
- No puedo más, esto no sube.
-Pues tiene que subir, como que me llamo Teresa que eso sube.
Cinco minutos más tarde Teresa hacía su
mejor esfuerzo por ocultar las chambras que servirían de cierre para el vestido
strapless que conduciría a Desiree al altar.
Ya en el automóvil que las transportaba a
la iglesia, Rosa trataba de respirar lo menos posible para que no salieran
volando las chambras y los alfileres por temor a herir a alguien a su
alrededor, más que sentada iba recostada, haciendo equilibrio y sin hablar.
Hacía un mes que Don Gustavo había dicho
a su hermana que no estaba de acuerdo con la boda, pero Desiree se había empeñado en no quedarse jamona, algo imperdonable en una joven de 27 años residente en
una isla, donde todo está mal y donde las apariencias llevan de la mano a las
personas hasta confrontarlas con sus mares.
Llegando a la puerta de la iglesia podía divisarse a la bella joven que se
desposaría, con flores en las manos, más no en la boca.
- Coño Rosa, hasta a mi boda llegas tarde!
- Aquí estoy eso es lo que cuenta, vamos,
desfilemos, sonríe que hoy es tu noche.
La música, los invitados y los pajes
flotaban en el ambiente, bajo la mirada atenta del cura que esperaba en el altar
junto a un Cristo que crucificado, abría sus brazos a la nueva pareja.
Rosa
más sumida que nunca y con los hombros tiesos desfila, la siguen su
padre y su hermana disfrazada de futura mujer divorciada.
Los pajes entorpecen una que otra vez el
transcurso de la ceremonia, provocando risas entre los invitados, la futura
suegra de Desiree llora a mares la pérdida de su bebé de 32 años, mientras que
la madre de Rosa y de Desiree sonríe dando por finalizada su labor de crianza.
Horas antes de la puesta en escena de
aquella obra maestra realizada en la presencia de Dios, Rosa había pasado todo
el día decorando la iglesia y el antiguo museo de la zona colonial donde se
llevaría a cabo el brindis nupcial, por lo que agotada, no agradeció el largo sermón del
padre Víctor.
Sentada como pudo en la silla que se
había reservado para ella en la ceremonia, pudo observar a cada uno de sus
familiares, y se maravilló de que todos compartieran ese feliz momento sin que
se produjera alguna pelea entre ellos, que siempre se sacaban en cara problemas
que habían tenido cuando vivían en la Vega y rondaban los diez años de edad.
Terminada la ceremonia Rosa hace un
esfuerzo sobre humano por ponerse en pie, mientras se encuentra atorada en
aquella tela estranguladora, al fin logra pararse, desfilar detrás de su
hermana y recibir los abrazos de los tíos, amigos, primos y demás familiares de
ella y del ahora esposo de Desiree.
La madre de Pablo ni la mira, está con
los ojos hinchados de llorar, su cara cuando firmó como testigo, le habían
revelado a Rosa que su hermana no pasaría un buen matrimonio, pero eso lo
pensaría más detenidamente en otro momento, cuando no estuviera sin aire y luego
de que pasara la celebración.
En el Museo todos bailan y celebran la
unión de los jóvenes recién casados, Doña Milagros reza un rosario para que
ningún familiar se de un jumo y dañe la recepción, plegarias que son escuchadas
por la santísima virgen, quien amema a los presentes y logra que no se arme la
que se arma cada domingo, cuando se junta la familia en alguna casa para comer y
discutir.
Desiree lanza el ramo de novias y Rosa se
esmera en atraparlo, pero el vestido la atrapa a ella y Esperanza logra la promesa de
un próximo casamiento, aún sin tener novio.
Los desposados se despiden y se van de
luna de miel, dejando a todos bailando y criticando cada detalle de la boda,
que si pocas flores, que si muchas flores, poca comida, poca bebida, que si mucho
gasto, que si el vestido o la música.
Rosa llega a la casa con sus padres y
Doña Milagros pasa la próxima media hora desenganchando chambras y puyando
la espalda de Rosa, quien luego de ser liberada por el opresor vestido cae
redonda y desnuda en su cama.
Esa noche sueña con su hermana siendo
feliz y con los ojos hinchados de la suegra llorona hasta que despierta con un sobresalto a pocas
horas de haber logrado el sueñito.
A escondidas de sus padres, sale al balcón
a fumarse un cigarrillo. Mirando al cielo empieza a contar estrellas y a
elaborar en su mente la boda que quiere para ella. Definitivamente no quiere a una suegra
con ojos hinchados ni vestidos verdes con morado.
Sin darse cuenta, sale el sol y los gallos
de la Casa San Pablo, ubicada a pocos metros de su apartamento, empiezan a cantar.
Alguien debe estar en ese momento
haciendo algún retiro espiritual en aquel lugar, pero su hermana segurito que
no está rezando.
El olor a café la espabila y entra a la
casa.
-Altagracia, hazme un desayunito por favor.
-Ya le hice este huevito y este café con
leche, niña.
- Gracias
- Cómo le quedó la boda a Desiree?
- Muy Bien Altagracia, el vestido casi me mata, no me va a servir nunca, creo que a ti te serviría.
- Pues démelo que yo me lo pongo.
- Está en mi cuarto, llévatelo hoy cuando
vayas para tu casa.
- Gracias mi niña.
Desde ese sábado, el vestido convertido en minifalda por Altagracia, no se cansó de bailar bachata en una discoterraza de su pueblo, mientras que los ojos de la nueva esposa, se convirtieron pronto en los ojos llorosos de su suegra, que esperaban sin resultado a que Pablo llegara temprano a casa.