sábado, 26 de diciembre de 2009

Dominican Way


Llegó navidad y con ella la necesidad enfermiza de compartir con la familia.

Si, esa que discute y se disgusta cuando se junta, porque las Aguilas ganaron o perdieron, porque el metro es necesario o es una mierda.

Soy masoquista, desde que vivo lejos aveces me hace falta ese rebulú, hasta que piso el aeropuerto dominicano y empiezo a coger cuerda con los maleteros que te estrallan las maletas, las maletas perdidas, el mar de gente sudorosa con pancartas multicolores, el perico ripiao que me desbarata los nervios.

Este año tomé un vuelo rumbo a la isla y claro está, un avión desde o hacia Santo Domingo nunca escapa de la nota pintoresca de un pasajero que detiene a todos por más de una hora en tierra, por dejar un bulto abandonado con un jamón adentro, a lo que un grupo de dominicanos ausentes respondió pidiendo a coro que se brindara partido en trocitos.

Allí asfixiándome sin poder salir, entre el jamón, los gritos de los compatriotas y las azafatas sirviendo agua, esperé a que al piloto le diera la gana de arrancar, dejando atrás aquel infierno.

Inspeccionan el bendito avión, se dan cuenta de que ningún terrorista había colocado un explosivo glaseado y entonces porfin anuncian el despegue.

Desde el aire, Miami parece un dragón chino intermitente en medio de la noche, su brillo se va perdiendo con la altura y así mismo llegan mis ganas de dormir y las de una doña más vieja que Matusalén, de cucutear en una funda de Wallmart.

El ruidito del plástico y los movimientos de su brazo no me dejan perder en la inconsciencia del sueño (única forma de olvidarme que le tengo pánico a los aviones).

Miro medio mal a la señora a ver si la sugestiono para que deje de fuñir con la funda plástica, pero ella no se lleva la seña y sigue en lo suyo, para colmo saca de ella un sándwich que huele a mocato y empieza a comérselo. Yo la ignoro, cierro los ojos, ella no se da por enterada y me pone conversación.

Le respondo con monosílabos para que no me siga preguntando nada, ella me confiesa que le encanta hablar en los aviones para pasar el tiempo, comparte conmigo todas las historias desagradables que se sabe sobre aviones a punto de caer, reza como 80 Ave Marías y me exprime la mano derecha cada vez que hay turbulencia.

Al llegar a tierra tengo la mano y el cerebro adormecidos.

Luego de los aplausos del aterrizaje, espero mis maletas por una eternidad y salgo de allí con la promesa de que me enviarán a casa mi equipaje extraviado.

Malhumorada como estoy, no me hace nada de gracia la músiquita ensordecedora que nos aguarda en la salida. Los letreros con nombres se confunden entre los abrazos de gente que grita, llora, ríe y se ajuma, dando así paso a mi navidad, tiempo de paz!



 
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